Cuando Debora y yo estuvimos valorando esta posibilidad, me hizo en voz alta la pregunta que todos nos hemos planteado la primera vez que nos cuentan esto: "y ellos, ¿qué ganan a cambio?". En ese momento no supe qué contestar. Se trata de una experiencia cultural, basada en conocer gente de los contextos más variados posibles. Hay gente que les ofrece una cena de su país, práctica y ayuda con su idioma, historias increíbles de sus viajes o conversaciones profundas y filosóficas. Nada que nosotras pudiéramos dar. Así que le contesté con un "Debora, hay gente que hace cosas de manera desinteresada. Tienes que tener fe en la humanidad." Y no la tuvo (al principio).
Utilizamos mi perfil de Couchsurfing, ya que lo tenía abierto desde hace tiempo. Mi amiga Sara se conoce todas y cada una de estas páginas y yo la escucho en todo (y me meto en todo también). ¡Ya os haré un post con lo que me ha enseñado! Lo actualicé y empezamos a mandar mensajes. Aquí, y con más razón aún, sí que hay que ser mucho más cuidadoso con lo que mandas, ya que ahora sí que te meten en su casa sin nada a cambio, y es muy importante elegir a quién metes (o con quién te vas). Couchsurfing trabaja con un sistema de referencias muy fiable, así que nos restringimos a aquellos con referencias de otra gente a la que habían acogido. Teníamos hostales en la recámara, por si acaso, pero conseguimos varias respuestas positivas y elegimos a nuestro anfitrión.
Aquí hago un inciso para contar nuestra situación. A mí se me había roto el teléfono hacía una semana, pero Debora tenía el suyo y teníamos el teléfono del host. Ya dentro del autobús, Debora descubrió que se le había agotado el saldo y los megas, y no podíamos llamar ni conectarnos a internet. No teníamos ningún contacto con nuestro couchsurfer cuando llegáramos, y él no tenía ningún contacto nuestro. Tuvimos que pedir el teléfono a los chicos de atrás para meternos en la web y mandarme por ahí el teléfono de Debora. Se lo mandamos y le pedimos que nos escribiera por whatsapp. Respiramos aliviadas, hasta que nos dimos cuenta de que Debora usaba su número italiano en Whatsapp. Otra vez, sin ningún contacto, sin saber qué hacer... Nos lo tomamos a risa, aunque el agobio estaba presente. Finalmente, cuando llegamos, nos conectamos al primer WiFi que pillamos, y tras mil disculpas a nuestro pobre host, le dimos bien todos los contactos. Quedamos en que nos llamaría, y nos fuimos a explorar.
Un par de horas más tarde quedamos con él... y apareció en coche. Debora dijo: "No vamos a subir, ¿verdad?", pero con lo que nos había costado, le dije: "de perdidos al río". Y allí que fuimos. Y menos mal: nos llevó a las catedrales, que están bastante lejos y no sé si habríamos llegado de otra manera. Y como había vivido allí toda su vida, nos contó muchísimas anécdotas y cosas que ya os contaré cuando os hable más a fondo de Liverpool. Poder contar con un guía así, que estaba tan unido a su ciudad y transmitía tanto amor por ella, fue sin duda lo mejor de todo el viaje. Después de cenar nos llevó a dar una vuelta rápida por la zona de fiesta, por si queríamos salir, que supiéramos por dónde y estuviéramos seguras en todo momento. Y entonces llegó el momento de la verdad y nos llevó a donde íbamos a pasar la noche.
Su urbanización estaba a una media hora andando del centro, y estaba construida en unos antiguos astilleros navales. El piso estaba bastante chulo y teníamos una habitación con cama de matrimonio para nosotras solas. Nos ofreció de todo lo que tenía (comida, cerveza, jabón y champú...), nos enseñó como usar todos los electrodomésticos, nos dio teléfonos de taxis y horarios de autobús y nos dejó una copia de las llaves porque él se iba a trabajar (era médico de urgencias). A nosotras nos vino genial, porque podíamos estar tranquilas. Por causas de la vida y un cansancio impresionante (habíamos salido la noche anterior y cogimos el bus exageradamente temprano) no salimos, pero vimos la peli de Thelma y Louise, que éramos nosotras, con palomitas y unas Carling.
Al día siguiente nos despertamos temprano para aprovechar, y nos duchamos antes de que nuestro host llegara de trabajar. Desayunamos con él mientras nos contábamos nuestras noches y nos hacía el recorrido de ese día, marcando todos los lugares imprescindibles que debíamos visitar. Nos acercó al centro y se fue a dormir mientras nosotras descubríamos Liverpool. Volvimos a quedar con él poco antes de coger el autobús de vuelta para despedirnos, y después de darle mil gracias, volvimos a casa. A la vuelta, Debora, que no se fiaba nada, le llamaba "nuestro ángel". Le preguntó que por qué hacía eso, y creo que la respuesta no le convenció del todo, pero esto es otra perspectiva. Nos dijo que a él le encantaba conocer gente nueva, y que cada vez que enseñaba la ciudad a gente nueva, el tenía la posibilidad de verla con otros ojos, y que siempre descubría detalles que no había visto antes.
Lo que más me impactó a mí fue la confianza que se genera, porque nosotras nos tuvimos que fiar muchísimo al irnos con él; pero el también se tuvo que fiar muchísimo de nosotras, dejándonos solas en su casa con todas sus cosas. De esa confianza también se generaba muchísimo respeto mutuo y aunque es una forma rara de interactuar con la gente, la verdad es que me alegro mucho de haberlo vivido y que la primera vez fuera tan bien. Considero que ésta es una de esas experiencias que, o te salen bien la primera vez, o se te quitan las ganas de volver a repetirlo.
Y de hecho, volví a repetir con Carlota en Cambridge, y así aprovechábamos la noche universitaria. Esta vez fue Carlota la que encontró al anfitrión, un biólogo científico italiano que trabajaba en la investigación contra el cáncer. Había hecho su Erasmus en España, así que aprovechó para practicar su español. Vivía con otro compañero suyo italiano, y nos invitaron a cenar, a copas, y luego a salir de fiesta con sus amigos. Luego dormimos en un colchón hinchable en el salón. Era la primera vez que recibían gente, y la verdad que se lo curraron un montón. A Carlota también le encantó viajar así, y yo os aseguro que voy a repetir todo lo que pueda. Y Debora recuperó su fe en la humanidad.
Un par de horas más tarde quedamos con él... y apareció en coche. Debora dijo: "No vamos a subir, ¿verdad?", pero con lo que nos había costado, le dije: "de perdidos al río". Y allí que fuimos. Y menos mal: nos llevó a las catedrales, que están bastante lejos y no sé si habríamos llegado de otra manera. Y como había vivido allí toda su vida, nos contó muchísimas anécdotas y cosas que ya os contaré cuando os hable más a fondo de Liverpool. Poder contar con un guía así, que estaba tan unido a su ciudad y transmitía tanto amor por ella, fue sin duda lo mejor de todo el viaje. Después de cenar nos llevó a dar una vuelta rápida por la zona de fiesta, por si queríamos salir, que supiéramos por dónde y estuviéramos seguras en todo momento. Y entonces llegó el momento de la verdad y nos llevó a donde íbamos a pasar la noche.
Su urbanización estaba a una media hora andando del centro, y estaba construida en unos antiguos astilleros navales. El piso estaba bastante chulo y teníamos una habitación con cama de matrimonio para nosotras solas. Nos ofreció de todo lo que tenía (comida, cerveza, jabón y champú...), nos enseñó como usar todos los electrodomésticos, nos dio teléfonos de taxis y horarios de autobús y nos dejó una copia de las llaves porque él se iba a trabajar (era médico de urgencias). A nosotras nos vino genial, porque podíamos estar tranquilas. Por causas de la vida y un cansancio impresionante (habíamos salido la noche anterior y cogimos el bus exageradamente temprano) no salimos, pero vimos la peli de Thelma y Louise, que éramos nosotras, con palomitas y unas Carling.
Al día siguiente nos despertamos temprano para aprovechar, y nos duchamos antes de que nuestro host llegara de trabajar. Desayunamos con él mientras nos contábamos nuestras noches y nos hacía el recorrido de ese día, marcando todos los lugares imprescindibles que debíamos visitar. Nos acercó al centro y se fue a dormir mientras nosotras descubríamos Liverpool. Volvimos a quedar con él poco antes de coger el autobús de vuelta para despedirnos, y después de darle mil gracias, volvimos a casa. A la vuelta, Debora, que no se fiaba nada, le llamaba "nuestro ángel". Le preguntó que por qué hacía eso, y creo que la respuesta no le convenció del todo, pero esto es otra perspectiva. Nos dijo que a él le encantaba conocer gente nueva, y que cada vez que enseñaba la ciudad a gente nueva, el tenía la posibilidad de verla con otros ojos, y que siempre descubría detalles que no había visto antes.
Lo que más me impactó a mí fue la confianza que se genera, porque nosotras nos tuvimos que fiar muchísimo al irnos con él; pero el también se tuvo que fiar muchísimo de nosotras, dejándonos solas en su casa con todas sus cosas. De esa confianza también se generaba muchísimo respeto mutuo y aunque es una forma rara de interactuar con la gente, la verdad es que me alegro mucho de haberlo vivido y que la primera vez fuera tan bien. Considero que ésta es una de esas experiencias que, o te salen bien la primera vez, o se te quitan las ganas de volver a repetirlo.
Y de hecho, volví a repetir con Carlota en Cambridge, y así aprovechábamos la noche universitaria. Esta vez fue Carlota la que encontró al anfitrión, un biólogo científico italiano que trabajaba en la investigación contra el cáncer. Había hecho su Erasmus en España, así que aprovechó para practicar su español. Vivía con otro compañero suyo italiano, y nos invitaron a cenar, a copas, y luego a salir de fiesta con sus amigos. Luego dormimos en un colchón hinchable en el salón. Era la primera vez que recibían gente, y la verdad que se lo curraron un montón. A Carlota también le encantó viajar así, y yo os aseguro que voy a repetir todo lo que pueda. Y Debora recuperó su fe en la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario