Nada más llegar me recibió con un café (ya que seguía con la purpurina de supernena en la cara) y fuimos a su casa a dejar mis cosas. Diana vive en una de las residencias vinculadas con su universidad (University of Sheffield), llamado Endcliff Village. Es un lugar precioso, en medio del campo, y encima tiene la suerte de vivir en una casa enorme y preciosa con otros nueve estudiantes. Y aunque suene como una auténtica locura, mantienen su casa muchísimo mejor que nosotros, que somos la mitad. Son todo estudiantes Erasmus de un montón de países de Europa, majísimos, muy amables, educados y atentos; vital para que aquello no sea un caos.
Después de desayunar, bajamos al centro de la ciudad. Sheffield es una de las ciudades más grandes de Inglaterra, lo que significa que está llena de cosas que hacer (¡además de ser una de las más baratas también!). Lo único malo es que todo está un poco separado, pero como me encanta andar, no le pongo pegas. De camino me enseñó su uni, que es preciosa, y tiene la mejor Student's Union del país, por lo que os podéis imaginar como es la vida universitaria allí. Después llegamos a Peace Gardens (en honor a Ale), pleno centro de la ciudad, y como veis, son preciosos.
Después fuimos a los Winter Gardens, que están muy cerca y es una zona muy agradable para tomarte un café. Al lado están los teatros, y de ahí pasamos al Moor Market, un lugar 100% recomendable para comer: es increíblemente barato y la comida es internacional, pero de verdad. Estuvimos un rato de tiendas por la zona y luego volvimos al centro, a la zona más comercial.
El domingo nos despertamos vergonzosamente tarde, por lo que sólo nos dio tiempo a visitar los Botanical Gardens antes de que se hiciera de noche. Pillamos un atardecer súper bonito, y esos jardines son maravillosos. Cenamos en The Cavendish, un pub que está genial en West Street (la zona de bares y pubs), y nos quedamos hasta cerrarlo (a las 10 de la noche).
Y para despedirnos bien, el lunes fuimos a Peak District, un parque natural muy cercano que merece muchísimo la pena. Es precioso. Una pena no haber ido antes y que no estuviera tan pelado, pero aún así lo disfruté muchísimo. Fuimos sin tener ni idea y conocimos a un señor que se sabía la zona como la palma de su mano, así que sin quererlo tuvimos a uno de los mejores guías que nos pudo tocar. ¡Además de un tiempazo!

