miércoles, 24 de febrero de 2016

Destino: Wellington (Nueva Zelanda), con Elena

(un hogar en el fin del mundo)








Reconozco que no lo pensé mucho. Ni siquiera era mi primera opción. El destino fue caprichoso e hizo de Nueva Zelanda mi nuevo hogar. Recuerdo el día en el que publicaron las listas definitivas. Mandé un mensaje a mi madre con la noticia y lo único que recibí fue un triste: “ya hablaremos en casa”. Tendrían que verle la cara ahora cada vez que menciono ese lejano país. Le brillan los ojos.
Nada más y nada menos que 30 horas de vuelo repartidas en 4 escalas: Gran Canaria-Madrid-Dubái-Singapur-Melbourne-Wellington. Treinta intensas horas de vuelo en las que por primera vez pisé territorio asiático, viajé en un avión de dos plantas, lloré en un avión (me vi la última temporada de “Parks and recreation” y no lo puede evitar), pasé 48h sin dormir (y nada tenía que ver con salir de fiesta) y por supuesto experimenté el mayor jetlag de mi vida. Sentada en mi butaca oí a la azafata anunciar el inminente aterrizaje y desde la ventanilla del avión miré aquellas montañas nevadas. Fue amor a primera vista.

La universidad nada tenía que ver con la Carlos III, solo con decir que en la semana antes de los exámenes organizan la “no-stress week”, en la cual te invitan a desayunar y llevan cachorritos al campus como terapia… ¡Una gozada! Además los profesores eran de esos que se ven que disfrutan con lo que hacen, y de esos que te graban las clases para que si faltas puedas recuperar lo perdido.

En cuanto a mis compañeros de piso y vecinos… Lo mejor de lo mejor. Gente risueña, con mucha energía, ganas de explorar y una curiosidad contagiosa. Si algo me enseñaron fue eso, a ser curiosa, a preguntar como un niño. La de cosas que uno descubre cuando está rodeado de gente de tan diferentes lugares.



Y entonces nos enamoramos. Allí, justo unas casas más abajo. Era original. Llamativa. Era preciosa. The Garage Proyect, la cervecería más famosa de Wellington, patrocinó muchas de nuestras noches. Con sus paredes repletas de grafitis y las naves cerveceras a plena vista, ofrecía más de 10 tipos diferentes de cerveza casera. Para tomar allí o para llevar. En lata o botella. Uno de los mejores ejemplo de la alianza calidad-diseño que impregna el producto neozelandés.

El deporte es parte fundamental de la vida neozelandesa. Hacen de todo, así que estaba en mi salsa. A pesar de lo mucho que me gusta hacer deporte nunca fui de las que sale a correr. Sin embargo, poco tardé en acostumbrarme a calzarme las zapatillas cada día y echar a correr. Tenía la gran suerte de tener una maravillosa reserva natural justo detrás de casa. Correr en medio del bosque, tratando de no atropellar erizos y conejitos es más entretenido. Y así me enamoré del running, y es desde entonces que salgo a correr cada día, ya sean las 12 de la mañana o las 12 de la noche, haga sol o llueva (si es al más puro estilo Rocky Balboa, mejor). Subir a lo alto de una colina y ver la cuidad bajo las estrellas se convirtió en un pequeño placer diario. Madre mía, como echo de menos ver las estrellas.

A todo esto llegaron las vacaciones. Cogimos las maletas y pusimos rumbo a Sídney. Subimos el famoso puente, como años atrás había hecho Oprah, Kevin Spacey y medio Hollywood. Aunque nosotras lo hicimos mientras llovía a mares y con una tormenta que horas más tarde descargaría sobre la ciudad más de un rayo. ¡Casi morimos electrocutadas! Casi. Degustamos una hamburguesa a los pies de la Opera House, ante la atenta mirada de las gaviotas, que tengan por seguro, acabaran colonizando la capital. Fuimos a uno de los parques de atracciones más terroríficos del mundo. De lejos y de noche era precioso, con esa luces de colores y compartiendo escena con el imponente Harbour Bridge. De cerca era otra cosa… Además vi un “ZARA” después de mucho tiempo. A Nueva Zelanda no llega el ZARA, ni H&M, ni MANGO…Me quedé allí frente al escaparate. Casi lloro. Casi.



Pero aún quedaba lo mejor del viaje, Fiji. Al parecer para los neozelandeses Fiji es como Canarias para los británicos. EL PARAÍSO. Lo mejor: la gente, el tiempo veraniego en pleno invierno y la belleza del país. Lo peor: que casi muero dos veces. Aunque eso no tiene nada que ver con Fiji, sino con lo imbécil que soy. La primera vez no tuvimos en cuenta las mareas y volvimos al resort bordeando la isla con las mochilas en la cabeza y el agua por encima de la cintura… No se lo cuenten a mi madre. La segunda fue en medio del bosque (en Suva), donde me resbalé y estampé mi cara en una preciosa piedra junto a una cascada. Cierto es que no fui yo la que casi muere, sino mi cámara de fotos. PS: Querida réflex, si estás leyendo esto, LO SIENTO.

Recorrimos la isla principal en guagua (autobús), asustándonos con el pasado caníbal de la región y viajando en la parte trasera de camionetas ajenas. Visitamos también dos de las más de 300 pequeñas islas de este archipiélago. Una de ellas, Malolo, retrataba la imagen que tiene el mundo de las islas del pacífico. Una isla pequeña, de aguas cristalinas, hamacas, cocoteros y una pequeña selva. La otra, Ovalau, natural de los locales y donde nos sumergimos en la selva para visitar a la gente de la zona, y disfrutar de la comida típica. Pasé los últimos cuatro días de mi viaje sin mis compañeros. Cuatro días en los que me encontré con más españoles que en todo lo que llevaba en Nueva Zelanda, la friolera de ¡2! Tras estas tres semanas de vacaciones volvimos a Wellington, lamentando ya lo rápido que había pasado el tiempo hasta entonces. Estábamos a mitad del recorrido y aún quedaba demasiado por hacer.




Éramos asiduos a los bares de la zona, especialmente a los que tenían música en vivo o un billar en el que pasar horas y horas. Probamos todo tipo de restaurantes, llevando el paladar desde la más sencilla hamburguesa al salmón más exquisito y el vino más dulce. Paseamos por los jardines botánicos en plena noche para ver luciérnagas. Descubrimos las más espectaculares vistas desde los viejos búnkers de la ciudad. Visitamos museos, exposiciones, cines y mercados. Vivimos la emoción de ver a los All Blacks ganar su segundo campeonato mundial consecutivo y pudimos celebrarlo con ellos días más tarde en una cabalgata que sacó a toda la cuidad de sus casa y puestos de trabajo. Celebramos nuestra particular navidad en lo que para el resto del mundo era pleno verano. Y como medio mundo también disfrutamos de “Regreso al futuro” el 21/10/2015, eso sí en un cine drive-in y junto a un fantástico DeLorean.

La cuenta atrás comenzaba y empezaron a llegar las primeras despedidas. Aquel día Wellington celebraba el día de Guy Fawkes, así que todos nos reunimos para ir a ver el espectáculo de fuegos artificiales en la bahía. Sentados junto al mar disfrutamos de 20 minutos de pirotecnia. Y como no, nosotros también decidimos unirnos a la fiesta y tiramos nuestros propios fuegos artificiales. Con suerte mi “homie” sabía del tema, y no morimos en el intento ni incendiamos la casa.





El último día en Wellington decidimos ir a ver la última película de James Bond. Me sigue haciendo gracias cada vez que veo una película en versión original y de repente hablan en español. Humor inteligente, qué les voy a contar. La despedida sí que fue de película. Subidos en el tejado de la casa, ya con la única luz que las estrellas y luna proporcionaban, dejamos volar linternas chinas de papel (como en la película de “Lo imposible”). Estas linternas hay que encenderlas con un mechero o cerilla para que el calor haga que se infle la fina capa de papel, como lo haría un globo aerostático. El problema es que la zona en la que vivíamos estaba rodeada de árboles…Ya se lo imaginan, ¿no? Primera que lanzamos, primera que estrellamos contra un árbol… Todo salió bien, nosotros estamos bien y el árbol está bien.



Apenas quedaba un mes para volver a casa. Hicimos las maletas una vez más y pusimos rumbo a la isla sur. Descubrimos entonces que en los vuelos nacionales no tienes que pasar ningún control de seguridad más allá del control de pasaportes. También nos dimos cuenta cuan rácanas y sosas son las compañías aéreas europeas. Air New Zealand no sólo te da aperitivos y chuches por muy corto que sea el vuelo, sino que sus vídeos de seguridad son de los más originales.




Recorrimos más de 5.000 kilómetros, visitando las ciudades y regiones más bellas del país. Kaikoura, uno de los mejores lugares del mundo para ver ballenas. Christchurch, que sigue medio en ruinas tras el terremoto de 2011. Dunedin, la ciudad universitaria por excelencia y que además posee la Península de Otago, donde el avistamiento de fauna es muy habitual y donde me sentí como en casa entre tanta duna de arena. Dio tiempo hasta para el momentazo más friki del viaje. Con la banda sonora de “El señor de los anillos” en el coche, nos dirigimos hacia Mt Sunday, aka Edoras hogar de Theoden rey de Rohan, donde no quedaba otra que descubrirse ante el espectacular paisaje.



Tras pasar por Los Catlins nos dirigimos al punto más meridional del país, The Slope Point, donde una pequeña señal de madera señala al polo sur. Tendrían que habernos visto correr por la hierba junto al acantilado. Nos encanta el deporte, pero en ese caso corríamos por el frío... La siguiente parada fue Manapouri. Nos alojamos en una cabaña de madera de cuento, sin tele, sin casi electricidad, sin wifi… ¡pero con vino! Habíamos llegado a Fiorland y no nos quedó más remedio que levantarnos a las 6 de la mañana para poder coger el crucerito que nos llevaría al famoso Milford Sound. Puro espectáculo.

Y entones llego el momento que tanto estuve esperando, una de las principales razones por las que había elegido este país. Había llegado el momento de hacer puenting. El Nevis Bungy de 134m de altura y 8sg de caída libre dibujó una sonrisa en mi cara que aún me dura. Definitivamente, ¡Queenstown te da la vida!




Pasamos por Wanaka y subimos bordeando la costa oeste para ver los glaciares. Por el camino nos recorrimos interminables playas y oscuras cuevas que mostraban una vez más a un país, naturalmente hablando, de contrastes. La última aventura nos obligó a dejar el coche y ponernos a las espaldas las mochilas y la tienda de campaña. La ruta de más de 50km de Abel Tasman nos reencontraría con la naturaleza en su estado puro.

Cinco días más tarde allí estaba yo, de nuevo, donde todo empezó. Despidiéndome de todos y de todo y sobretodo, prometiendo volver.



domingo, 21 de febrero de 2016

Cómo sobreviví al erasmus de mi hija (por Ana Rodríguez)


Por motivos que no vienen al caso, no pude disfrutar de los preparativos del comienzo del Erasmus, ni la preparación de la maleta, ni los nervios, ni de la despedida. Lo viví desde la lejanía, y lo hice como el fin de un ciclo: mi pequeña traviesa, mi compañera, mi pepita grilla, se había hecho mayor. Así que me dispuse a vivir con ella esta nueva situación en la medida que pudiera, sin contar con skype pero manteniéndome al día gracias a las redes sociales. Debo decir que ha sido y es toda una experiencia, me encanta aprender de mi niña, me encanta que sea feliz y me encanta que sea una mujer tan fuerte y resuelta. Me ha enseñado a cerrar puertas y ciclos, a emprender caminos y hacer vida, por eso gracias Cris.

He vivido la creación de mi primera caja de comida. Parece mentira el bienestar y el cariño que se puede sentir envolviendo un chorizo y unas lentejas con el único afán de hacer llegar a tu hijo un trocito de casa.

He vivido la soledad de no tenerla cuando la necesitaba, dándome ese puntito arisco de realidad.

He vivido el orgullo de verla defenderse en un medio desconocido y salir airosa.

He vivido la alegría inmensa de ir a buscarla al aeropuerto, en una espera interminable. De vuelta por navidad, tan guapa, tan alta y tan resuelta, y no puedo menos que sentir orgullo. Que al fin y al cabo no lo he hecho tan mal, que su Erasmus la ha hecho mucho bien, y a mí me ha reconciliado con el mundo.

No he sobrevivido al Erasmus de mi hija, lo he vivido con toda la intensidad que he podido. No podía ser en ningún otro país ni en ningún otro sitio, tenía que ser donde ha sido, por que es Cristina. Sólo deseo que vuelvas pronto y estar contigo,

Te quiero.

miércoles, 17 de febrero de 2016

El día que dormí con Airbnb

Aunque esto no es ni siquiera de este año, quiero contaros aquí todas mis experiencias viajando. Cuando Laura y yo entramos en Airbnb por primera vez, al menos en nuestro entorno no era tan popular como ahora, y Laura no se fiaba nada. Ahora no para de hacerlo en todos sus viajes, en ciudades como Washington o Nueva York.

Airbnb es el mayor servicio de alojamiento del mundo, y paradójicamente, no posee ningún tipo de bien inmobiliario. Su mecanismo es el siguiente: los usuarios ofrecen sus casas, eligiendo ellos el precio por noche y filtrando a los huéspedes, ya que es necesario contactar con ellos primero. Pueden ofrecer una habitación compartida, una habitación separada o incluso el inmueble entero (perfecto para dar un uso a las segundas residencias). La página se lleva una comisión importante, y por eso en algunos hosts aparece que cancelan todas las reservas en el último minuto: eso es porque prefieren recibir el pago por otro medio y ahorrarse esa comisión. Si os animáis y os registráis ahora desde aquí, ¡tenéis  18€ de descuento en vuestro siguiente viaje!

Laura y yo lo hicimos en Irlanda, a donde fuimos por mi cumpleaños (que cae cerca de St Patrick's). Mirando hostales y hoteles, veíamos cómo los precios subían por momentos, así que Airbnb se convirtió en nuestro mejor aliado. Primero visitamos Galway, y allí nos recibió nuestra primera familia. El piso, en pleno centro, era una monada, la habitación estaba genial y nuestros anfitriones, una pareja joven, fueron majísimos. Nos dieron mapas de toda la ciudad donde nos marcaron los mejores sitios según nuestros intereses, nos dieron muchísimos consejos y trucos, el desayuno que nos daban estaba buenísimo, y nos sacaban conversación cuando llegábamos a casa. Teníamos un cuarto con llave enorme con una cama comodísima, y un baño que compartíamos con ellos. La primera vez no pudo ser mejor. 



Es vital para este tipo de cosas que las primeras experiencias sean excelentes, porque te empuja a seguir haciéndolo a pesar de lo que pase posteriormente. Con una sensación inmejorable en el cuerpo pusimos rumbo a Dublín, donde teníamos otro apartamento. Este también fue relativamente barato para lo que es Dublín y más en esas fechas, y estábamos en pleno centro. Mirando Google Maps, nuestro apartamento estaba dentro de la barriga de la b de Dublín. Supuestamente se lo habíamos alquilado a una señora de mediana edad que parecía muy simpática.

Llegamos a dejar las maletas, y a pesar de estar en la dirección indicada, éramos incapaces de encontrar el portal. Era tan pequeño y tan estrecho que casi teníamos que entrar de lado. La cara de Laura fue épica, pero oye, estábamos justo en frente de la farmacia de Temple Bar y el edificio que teníamos al lado era el mismísimo Temple Bar. Más en el centro no se puede.



Nos abrió un chico, Tristan, de unos veintialgo años con unas pintas un poco raras. Nos enseñó el apartamento, y estaba bastante sucio y descuidado. Y nuestra habitación, era enana, con dos camas microscópicas. Una de ellas estaba pegada a una puerta, cerrada con llave, sí, pero con un resquicio que daba a otro cuarto. Nadie durmió ahí. El otro inquilino era un chico un par de años más pequeño que nosotras que estudiaba en la universidad y trabajaba. Era majísimo, pero le vimos poquísimo. Al otro tampoco le vimos mucho porque se tiraba el día en su cuarto, descubriríamos más tarde que fumando porros. De la señora con la que contactamos, ni rastro.



El desayuno que nos dieron estaba caducado, así que tuvimos que comprar nosotras el nuestro, ya que lo único comestible era el té. El apartamento tenía una azotea, que a mí me encantan. Subimos emocionadísimas y era imposible estar allí (pero la verdad es que en el vídeo queda chulísima). De todos modos, no podíamos estar en mejor sitio. Hacíamos lo que nos daba la gana, mientras cenábamos o nos arreglábamos por las noches oíamos todo el ambiente de la calle y a los cantantes callejeros tocando Oasis, Ed Sheeran o Robin Williams. Podíamos llegar andando a todas partes sin problemas desde casa, y la verdad es que apenas pasábamos tiempo allí porque me dedicaba a hacer que Laura se pateara todo Dublín hasta que le dolieran las piernas.



El último día nos entró un ataque de pánico. Encontramos drogas en la casa y protagonizamos una huida de película, en la que se incluye un viaje innecesario al aeropuerto y varias situaciones surrealistas. Al final, dejamos las maletas en una consigna 24h que hay al lado de la estación del bus al aeropuerto, y nos fuimos desde las cuatro y media de la tarde hasta las dos de la mañana a un pub llamado Dicey's, donde todas las bebidas eran 2€. De ahí nos fuimos al aeropuerto, y después de una siestecita, volvimos a España. Os dejo el vídeo del viaje entero, ya que estamos:



Si me volviera a pasar algo parecido ahora no habría reaccionado igual ni de lejos. Veo los vídeos de la casa y pienso que éramos unas exageradas, pero hay que tener en cuenta que estábamos pagando bastante por ello, Durante toda las estancia los chicos fueron muy majos, muy respetuosos y no nos dieron ningún problema. Al fin y al cabo, mientras no nos implicara a nosotras, podían hacer lo que les diera la gana porque es su casa. Nos sirve de lección para la próxima, y tuvimos un masterclass de cómo mantener la calma en situaciones extremas. No fue lo que esperábamos, pero no lo cambio por nada. De hecho, vuelvo este año y comprobé de nuevo la disponibilidad de ese apartamento, por si acaso, pero ya estaba pillado.

Ahora que estamos más comunicados que nunca, las formas de viajar y las experiencias que se ofrecen son totalmente distintas. Estoy segura de que no nos habríamos enamorado de Galway como lo hicimos sin las recomendaciones de nuestra anfitriona, que no aparecen en las típicas guías de internet. De Dubín no puedo decir lo mismo porque ignoramos por completo lo que nos dijo el tío, primero porque no entendíamos su acento, y segundo porque fueron sólo para salir de fiesta y a saber dónde nos llevaba. Pero lo que me pude reír esa misma tarde recordando el último día no me lo quita nadie. Si queréis una forma distinta de viajar y más barata, os la recomiendo al 100%.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Destino: Nürnberg (Alemania), con Saioa




El 10 de Septiembre de 2015 comencé mi aventura, esta aventura que ha durado 6 meses (aunque no me hubiera importado que fuera alguno más). Aterricé en Nürnberg después de coger dos aviones, ya que volando desde Bilbao tengo que hacer escala en Dusseldorf. Para los que ni os suena de oídas, Nürnberg es una pequeña ciudad alemana en el estado de Baviera, muy cerca de Munich, que supongo que ya os suena algo más. No me sorprende que no la conozcáis, porque cuando me dijeron que me venía aquí de Erasmus, lo primero que tuve que hacer fue situarla en el mapa.

Los primeros días, o incluso semanas, me atrevería a decir, fueron horribles. Tenía que empadronarme, abrir una cuenta del banco, y muchos otros trámites del estilo. Y todo ello en alemán, sí señores, ¡en alemán!, ese idioma que suena tan grosero y basto... Además, cuando llegué mi conocimiento de alemán se reducía a los míticos "hola" (hallo), "adiós" (tschuss) y "mi nombre es... (Ich heie…) con lo que no me era suficiente para todo (¡menos mal que me tocó un chico joven que hablaba inglés!).


Cuando estás en una ciudad nueva en la que no conoces nada ni a nadie, siempre se agradece cualquier ayuda, y para eso estaba mi buddy, Kerstin, una chica que me asignaron en la uni que se preocupaba por mí. Vino a recogerme al aeropuerto, me trajo comida e incluso su propio edredón y manta. Al principio no tenía absolutamente nada: una cocina, sí, pero sin sartenes ni cubiertos, así que los primeros tres días me alimenté a base de latas de atún y tortitas de arroz hasta que conseguí comprarme la primera sartén y pude hacerme una tortilla francesa (¡me supo a gloria!). Tampoco estaba acostumbrada a comer sola y estar sola todo el día, pero enseguida conocí a unos alemanes en la residencia que me trataron muy bien, y a Mariola, una chica que ha sido casi como mi hermana aquí.



Llegué un mes antes de que comenzaran las clases (y con todo lo que había que hacer, menos mal), así que pude explorar la ciudad tranquilamente y hasta me compré una bicicleta de segunda mano. Aquí se lleva mucho eso de la bici, aunque llueva o nieve, cosa que a mí ni se me pasaría por la cabeza. Ese mes me sirvió para conocer a Erasmus de muchos países, sobre todo asiáticos, españoles también. Aunque viniera con intención de no juntarme mucho con ellos, lo he acabado haciendo grosso modo. Especialmente con un grupito de Málaga con los que no puedo parar de reírme. En realidad, los horarios españoles son un problema en el resto de países europeos. Si quería quedar para cenar con alguien, eran los únicos que no cenaban a las 18:30-19:00 de la tarde. Aunque al final me he acabado amoldando a sus horarios (la rutina también me lo exigía).

La comunicación no fue un problema, aunque los primeros días acabada agotada de hablar inglés y casi prefería que no me preguntasen nada. Además la conversación era siempre la misma, "Where are you from? How long are you staying? What are you studying?", por lo que casi tenia las respuestas automatizadas.



Los primeros días en la universidad fueron un poco caóticos, aunque conseguí amoldarme pronto. No fue tan fácil el horario de comer, ya que aquí las pausas son de 13:00 a 14:00. O por ejemplo, cuando tenía clase a las dos, tenía que estar comiendo casi a las 12:45 para llegar. Además, las comidas que hacen aquí no son muy abundantes y los mini-bocadillos que venden en la uni no me quitan el hambre. Me sorprendió en en cada aula hay un lavabo (supongo que para lavarse las manos después de usar la tiza). Qué decir de los alumnos y profesores, en cuanto a los profesores, me ha servido para descubrir que los que no saben dar clase no sólo los tenemos en España. Y en cuanto a los alumnos, hay de todo también. La gente entra y sale de clase cuando quiere, comen en clase, usan el móvil... ¡y nadie les dice nada! Incluso he tenido profesores que han ido a clase con el termo de café o té.

El tiempo vuela aquí, las semanas pasasron sin darme cuenta, y de repente llegó Diciembre y con él la Navidad. Nürnberg tiene uno de los mercados de Navidad más antiguos de todo Europa, así que me encantó poder visitarlo. Y lo que lo hizo aún mejor, ¡vinieron mi padre y mi hermana! El 23 de Diciembre volví a casa por Navidad (como el turrón) aunque el 5 de enero ya estaba aquí otra vez (sí, me quede sin regalos de reyes y sin roscón). El último sprint ha comenzado, y ahora toca estudiar para los exámenes finales, ¡que para eso me he venido a Alemania!



Estaré por esta maravillosa ciudad que ha conseguido enamorarme hasta el 12 de Febrero. Entonces, vuelta a Bilbao y a seguir disfrutando con la gente de allí, a la que también he echado de menos. Echaré de menos a toda la gente que he conocido, pero no la comida alemana (sólo sus variedades infinitas de chocolates y gominolas Haribo). Este es un pequeño (MUY pequeño) resumen de la experiencia, que le recomiendo a todo el mundo vivir al menos una vez en la vida. No descarto volver aquí en años próximos, ¡menos ahora que ya controlo un poco más el alemán!

domingo, 7 de febrero de 2016

El día que empecé con novedades

¡Tengo una sorpresa! Gracias a una idea brillante de la brillante cabeza de mi hermana Ana, se me han ocurrido nuevas secciones para el blog, para completarlo más.

En primer lugar, quiero traeros testimonios de primera mano acerca de otros destinos: ya que prácticamente toda mi clase se ha ido al extranjero, quiero aprovechar y que conozcáis como es el intercambio en todos los países posibles. Y creedme, que hay muchísimos.



Y no sólo eso, ya no es sólo acerca de lugares: hay millones de vivencias que no os puedo contar debido a mi situación. Cada intercambio es único, y la situación personal de cada persona hace que viva experiencias totalmente distintas. E intentando recopilar todas las situaciones posibles, quier empezar una guía de Cómo sobrevivir al intercambio, en donde me ayudéis a recopilar todas las situaciones que yo no he tenido.

Si tenéis cualquier idea, o queréis colaborar, arriba a la derecha tenéis mil maneras de contactar conmigo. ¡Me encanta escuchar todas las propuestas que pueda! Y muchas gracias a todos los que vais a ayudarme poniendo vuestro trocito en este blog.

miércoles, 3 de febrero de 2016

El día que exploramos Nottingham

Los domingos, esos días en los que no hay nada que hacer y todo esta cerrado, tenían mucho riesgo de convertirse en días-vinagre, donde lo único que podíamos hacer era pasar la resaca en casa mientras echábamos de menos. Pero en lugar de eso, los domingos decidimos hacer turismo por nuestra preciosa ciudad, y descubrirla cada vez un poco más. Probar una de las mil cafeterías, salir a cenar, visitar el castillo, o lo que os enseño hoy, irnos de paseo por el Wollaton Hall (un parque que hay por la otra universidad). Y por fin, después del día que me perdí, os enseño un poco más dónde vivo.

Este camino, una de nuestras primeras excursiones, lo descubrimos Adri y yo corriendo. Pasamos por el Jubilee Campus, uno de los campus de la otra universidad (University of Nottingham), que aunque está un poco lejos, es una pasada de bonito.







El Wollaton Park es uno de los sitios más míticos de aquí. ¡Tiene ciervos sueltos! Fuimos cuando estaba atardeciendo, así que las fotos salieron fatal, pero se les oía berrear y la verdad es que mucha confianza no daba, También está el Wollaton Hall, una casa que por lo visto apareció en una peli de Batman. Cuando fuimos estaba ya cerrada, pero en ella organizan muchísimos eventos y actividades.


















Con esta ciudad y con mis chicas, los domingos-blogger se han convertido ahora en uno de mis días favoritos de la semana.