Mi hermana me va a regañar por esto pero voy a ser sincera: no quería volver. Si me hubieran dicho que me daban un mes más antes de Navidad, yo hubiera firmado. No es que no echara de menos mi casa, todo lo contrario, pero no tenía esa necesidad de volver que pensaba que me iba a comer por dentro, y que tanto miedo me daba. Había conseguido encontrarme a gusto, tener una rutina y una monotonía que romper todos los días, forjar mis pequeñas costumbres, hacerme con la ciudad y manejarla a mi antojo, mi lista de sitios que ver y probar y mi lista de míticos y favoritos, y muchos planes sobre la mesa. Por fin había encontrado mi hueco en esa ciudad, y de repente era hora de marcharse.
Después de los agobios con los deadlines (que no cumplí), las maletas (que hice prácticamente al azar), despedirme de mis compañeros de piso con prisas y a trompicones y limpiar los restos de la última fiesta en nuestra common room (en la que justo metimos comida y daba grima cómo estaba), cogí mis maletas, y a duras penas llegué a la estación de autobuses. Tras un viaje horrible en autobús en el que me paseé por casi todos los aeropuertos de Londres, llegué a Gatwick, donde me esperaba mi vuelo de vuelta a Madrid. Ya en Gatwick empezaba a tener sensación de casa, porque todo el mundo, hasta la megafonía, hablaba español. Me dejaron facturar la maleta de mano porque el vuelo iba lleno, y con contracturas en la espalda por el ordenador que llevaba en el bolso (el señor sentado al lado mío me dijo muy amablemente que aquello no era un ordenador, era un transportable), me senté en mi asiento con ventana para dormirme de vuelta a España.
Así me anunciaba en SnapChat |
Tengo un don. Un don que muchos desearían. Nada más despegar el avión (a veces ni eso), me quedo dormida, y me despierto con la sensación esa de vértigo que te entra en el estómago cuando empieza a aterrizar. Nunca he hecho vuelos largos, y de momento los cortos los paso así, dormida. Este vuelo me desperté en la mitad durante cuarto de hora y fue el cuarto de hora más aburrido de mi vida. Intenté leer un rato, y me volví a quedar dormida. Es magia.
Llegué tarde, porque ni con algo tan preciso como los aviones puedo ser puntual. Mundo, no depende de mí, estoy destinada a llegar tarde a todas partes. Recogí mis maletas y tenía a mi madre, a mi hermano y a mi hermana esperando en la puerta, como en Love Actually. Nos dimos cien mil abrazos y besos, mi hermana se metió conmigo, mi hermano me llevó la maleta y discutimos en el coche por quién tenía razón sobre cómo salir del aeropuerto sin el peaje. Esto es casa. La tuve yo. Me pusieron ellos a mí más al día que yo a ellos, porque soy de lengua fácil y ya les había contado casi todo. Y cuando por fin subí a la casa nueva de mi madre, me esperaba su mítica tortilla de patata post-viaje, un montón de queso, una bandeja entera de donuts de mi pastelería favorita y polvorones. A ver si quepo en el asiento de vuelta en enero.
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Así vivió ella mi vuelta (es una bloguera en potencia) |
Aprovechando mi momento de debilidad de cuánto-os-he-echado-de-menos, el listo de Pepito me pidió que le llevara al día siguiente al instituto, y acepté encantada. Ana me dijo: "te vas a arrepentir", y efectivamente, tras cinco horas de sueño, a las siete y media de la mañana no me pude arrepentir más. Me dejé mimar por mi abuela a la hora de la comida, y a partir de ahí empezaron a correr las cervezas-reencuentro que aún siguen sucediéndose. El viernes fui yo la que fui a buscar al aeropuerto a mi papi, que llegaba de África, pusimos el árbol y el belén, y ya por fin, del todo todo, estaba de vuelta a casa por Navidad. Todo donde debía estar y como debía estar.
Y que no falte la foto postu |
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